Resumen:
El libro pone el acento en el papel que debe desempeñar la escuela,
como una instancia formadora, socializadora, en el combate a las múltiples
formas de violencia. Violencia trasvestida en corrección, violencia
en el lenguaje, violencia a través del acoso (ciberacoso, mobbing), violencia
en el ruido y la contaminación… violencias todas que se ejercen
entre maestros y maestras, autoridades y profesorado, docentes contra
estudiantes y viceversa, estudiantes contra estudiantes, padres y madres
contra hijos e hijas, ciudadanos contra ciudadanos. Todas y todos estamos
ahí imbricados: ejerciendo las violencias, padeciéndolas o tolerándolas
al no hacer nada.
Nos muestra también el conjunto de capítulos que forman este libro,
que la escuela no es un ente aislado, sino todo lo contrario. Es una más
de las instituciones sociales que forma, pero junto con. Así, a lo largo de
los trabajos aquí reunidos, se refl exiona en las múltiples interacciones
que hay o debiera haber entre el cuerpo docente y el alumnado, pero
también entre la escuela y el Estado, la escuela y la familia, la sociedad
y la ciudad, de forma que si los problemas son comunes, las soluciones
también debieran serlo.
Estas violencias las vemos en la disciplina, el castigo y la enseñanza
del buen trato en la educación porfi riana, un momento en el que, en el
marco de la modernización de las sociedades, se debate el asunto del
castigo en el contexto más amplio de la discusión entre civilización y
barbarie. Así pues, ya desde fi nales del siglo XIX se cuestiona y prohíbe
la pedagogía del castigo, asumiéndose que la violencia es evidencia
de incivilización y que es más deseable educar a la persona para que
asuma su autocontrol, lo cual ayudaría a mejorar la convivencia social,
dejando el castigo como la última opción para disciplinar. Sin embargo,
pese a lo que señalaban leyes, teóricos y pedagogos, las prácticas disciplinarias
violentas, infamantes, degradantes y estigmatizadoras, fueron
recurrentes.