Resumen:
Durante el siglo XVIII las ideas ilustradas penetraron a España de la mano de la nueva casa reinante, principalmente con las Reformas Borbónicas de Carlos III, y viajaron hasta América dividiendo en ambos lados del océano a la élite intelectual católica en dos grupos: aquellos que aceptaron, si no todas, muchas de ellas, y los que las rechazaron por considerarlas perjudiciales para la moral, la Iglesia y la religión.
La toma de conciencia de que se podía alcanzar el progreso material mediante el desarrollo de las ciencias aplicadas, y la implementación del método científico inductivo que defendía que sólo se debía creer en lo que se podía demostrar, debilitaron la certeza en el más allá y en consecuencia la necesidad de la preparación para salvar el alma. Es en este contexto, que afectó tanto a Europa como a América, que un anónimo artista novohispano pintó en 1775 el Políptico de la Muerte, y que fray Joaquín Bolaños, un franciscano del Colegio de Propaganda Fide de Guadalupe, escribió y publicó en 1792 La portentosa vida de la Muerte. Ambas obras fruto de la necesidad de recordarles a sus contemporáneos –o a sí mismos– que la muerte es el espejo que nunca miente, y que para tener una buena muerte y merecer el cielo se requería de preparación