Resumen:
Los fabulosos tesoros de oro, plata y piedras preciosas que los conquistadores novohispanos tomaron
como botín en Tenochtitlan, Oaxaca y Michoacán durantela década de 1520 fueron apenas el inicio de
una acumulación de riquezas sin precedentes en estas nuevas tierras. Casi en seguida, hasta el mismo
Hernán Cortés y muchos otros, se centraron en la tarea de investigar el origen de tanta riqueza con la
intención de explotar estos yacimientos. La producción resultó vertiginosa, en el quinquenio de 1531
a 1535 se envió, según la Real Hacienda, 5,940 pesos de minas anuales a España, cantidad que subió a
2,478,852 pesos por año en el quinquenio de 1596 a 1600 (Calderón, 1988, p. 361).
A nadie debe sorprender que la Corona española, frente a estos beneficios, intentara esconder a las
otras potencias europeas de su época las ubicaciones precisas de estas minas con las que sufragaba sus
numerosos conflictos bélicos en el Viejo Continente. Sin embargo, este asunto se hizo más apremiante
a causa de diversos sucesos. En 1578 y 1579 el explorador y bucanero Francisco Drake incursionó el
Pacífico y asaltó exitosamente varios puertos de América del Sur y así, puso al descubierto lo indefensas
que se encontraban las colonias donde no existían ejércitos formales. Asimismo con la formación de
la República de los Siete Países Bajos Unidos en 1579, los holandeses, pueblo por tradición marinero,
lograron ser un adversario más de los españoles en la disputa de la ocupación del mundo. Por último,
el fracaso de la “Grande y Felicísima Armada” de Felipe II en el Canal de la Mancha en agosto de 1588,
provocó que la soberanía sobre los mares y océanos pasara de España a Inglaterra.
Si el investigador estudia los mapas novohispanos del siglo XVI se queda perplejo. Estos incluían
ciudades que ya habían existido antes de la conquista, numerosos puertos, bahías y puntas de referencia
en las costas; sedes de obispos, un sinfín de pueblos de indios y algunos de españoles; presidios que
servían para proteger las rutas de comunicación terrestres más importantes, hasta estancias de ganado
mayor; pero por lo regular los reales de minas, no aparecían ubicados, aún pese a que en la década de
los setenta de esta centuria, las minas de los Zacatecas, fundadas en el norte, comprendían el segundo
poblado de todo el virreinato según cifras demográficas (Gerhard, 1993, pp. 158-159).
Este ensayo pretende ahondar en el tema a lo largo de cinco apartados. El primero contiene